viernes

Carta

Siempre viajo en el último vagón, sabes que lo hago porque estuviste ahí mucho tiempo, observándome. Mucho antes de que yo piense en vos. Caminar la casi interminable estación Terminal me da tiempo, un tiempo que no necesité nunca, hasta el día en que comencé a creer que existías. Esas columnas de hierro forjadas en tierras lejanas. Las mismas que clavaron por primera vez mi pensamiento en tu figura. Esos charcos de agua que se formaban en días de lluvia debido al herido cielorraso que intenta cubrir la estación. Nunca fueron imágenes tristes para mi, ahí existías, porque ahí te imaginé por primera vez.

Sabés que lo nuestro es secreto. Si, aún después de tantos años no se lo he dicho a nadie. Silenciosa examinadora de mi alma, nunca te importaron las marcas en mis muñecas, aunque las notaste. Coqueteamos una mañana ¿la recordás? Esa mañana en que te tuve cerca, tan cerca que de tan solo estirar un brazo hubiera rozado tu piel.

Todavía conservo una duda, si siempre tomabas el mismo tren que yo, ese que llegaba siempre tarde a su destino ¿por qué dejaste de hacerlo repentinamente?

Hasta el día en que te busqué por primera vez nada me hacía feliz, ese día la sola posibilidad de encontrarte expandió mi pecho como si un viento feroz hubiera soplado por mi boca y reanimado mi corazón. Encontrarte era el sentido. Cuando estas palabras, al leerlas, sean susurradas por tu boca, y tus manos sostengan mi humilde papel, sabé que nunca fui tan feliz como ese día en que casi me entrego a tus manos. Te veías tan pura, tan blanca. Hubieras hecho llorar a un ángel de haberte visto.

¿Recordás esa mañana de Marzo en que nos cruzamos? Fue justo en el andén, silencioso testigo, de nuestra estación. La última del recorrido del tren que nos unió.

Había llovido todo el día anterior, aún caían las últimas gotas esa mañana. Hacía frío, mucho más de lo habitual para esa época del año. Tiritaba tan solo de saber posible el encontrarte. Nunca antes te dije que ese día, durante el recorrido, no pensaba en vos. Pero ahí estabas, tan hermosa que si intentara describir como te veías cometería un pecado. Hermosa criatura obra de la diestra del Dios vivo.

¿Fue que tan solo reapareciste para que no te olvidara? Nada hace mas soportable la existencia que el significado, el propósito. Nunca te pregunté el tuyo, y tampoco lo mencionaste. Creo que no lo habría entendido, hoy lo sé.

¿Dónde estás? ¿Aún pensás en mi? A medida que el tren se acerca y aleja de las estaciones, sucesivamente, me lo pregunto, una y otra vez. Tal vez no desee, realmente, las respuestas. Tal vez vos no eras mi propósito, sino tan solo pensar en vos lo era. Saber que estás ahí.

¿Qué si te extraño? La vida es una tortura para mí, porque pienso en vos, porque te espero. Pero puede que sea esa tortura el sentido, puede que sea esa tortura lo que sostenga mi alma. La vida, en una u otra medida, es una tortura para todos los que tienen un propósito, eso lo sabés porque me lo enseñaste. Solo está absuelto de ello quien no alberga sentimiento, quien no persigue un significado. Sufro en paz cada día. Cuanto te debo a vos…
¿Qué si te extraño? No, ya no. Ya no intento buscarte, porque te sé parte de la vida, tal como sé que vendrás por mi cuando sea mi hora, como has de venir por todos los que aún viven, cuando sea su hora.

Nunca dijiste tu nombre.

Te amo, como se ama la última página de un libro que nos ha devuelto la vida.


Carta

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