viernes

Entrenamiento (mi primer cuento)

Entrenamiento

Era mi decisión, o así lo había creído. Temprano nos despertó el instructor, muy temprano. Ese día era el primero que amanecíamos en el campo de entrenamiento, aún no nos habíamos acostumbrado a la tosca decoración, los muros pintados de un blanco soberbio, las torres de vigilancia se imponían como los gigantes de Cervantes. El campo era inmenso, es cierto, pero a diferencia de lo que deben estar imaginando esa imagen no inspiraba paz, sino todo lo contrario.
Antes de ingresar al entrenamiento muchas veces había yo escapado al campo, a San Vicente, allí hallaba paz. Me retiraba solo, mi compañero infaltable; el mate, nunca se ausentaba. El hombre de campo tiene tiempo para pensar, reflexionar, en cambio, el hombre de la ciudad está siempre atareado, sale de una labor y va a otra, no tiene tiempo para pensar, por tanto, los valores culturales del hombre de campo son mas fuertes. No es que sea yo hombre de campo, solo que me asusta pensar que soy uno mas en la gran ciudad, siempre temí perder mi identidad, mi nombre. Hoy ya no los recuerdo.
Siempre viví en un pueblo, o pequeña ciudad, cerca del núcleo del país, solo hacía falta tomar 45 minutos el tren para sumergirse en la locura infernal donde viven los seres que se caracterizan por la falta de tiempo, desconociendo por completo la relatividad inherente a la existencia de este. Es por esto que desarrollé esa dualidad en mi personalidad, podía tanto ser un hombre reflexivo como un ser eternamente apurado con muy poco esfuerzo. Por eso creo que fue mi decisión, pensé que el entrenamiento me ayudaría, pero me equivoqué.
La ropa no nos distinguía en lo mas mínimo, parecíamos todos iguales, en realidad lo éramos, solo el instructor se diferenciaba, su remera era blanca, a diferencia de la nuestra; verde opaco. No acababa aún de salir el sol cuando nos encontramos parados todos en el playón principal del campo. El instructor, de imagen ruda, se dirigió a nosotros con un tono bastante paternal, no esperábamos que nos hablase así. Creo que el pesimismo era el sentimiento común en el grupo. El entrenamiento que recibiríamos iba a ser duro, contó que el riguroso estudio de las técnicas era sumamente importante, pero que encontraríamos un gran inconveniente en la ejecución de dichas técnicas; el rostro. No comprendimos en ese momento lo que quiso decirnos, tampoco su intención fue que así fuera..
Nunca me gustó matemática, comprendía que debía hacer un esfuerzo mayor a muchos de mis compañeros para alcanzar el nivel requerido. Físicamente estaba en un nivel medio, no me costó mucho soportar esa parte del entrenamiento, pensaba yo que el resto solo sería estudiar duro, obviamente olvidaba lo que dijo el instructor el primer día, no importaba cuanto estudiase, el inconveniente principal sería, siempre, el rostro, la mirada, su expresión, mi ojo reflejado, mi trabajo. No estaba muy seguro, hasta ese momento, de la necesidad de ese tipo de trabajo. La situación era compleja, había muchas bajas en nuestras líneas, y se creía que el conflicto duraría muchos años mas. Después de todo éramos hermanos, nuestras historias estaban ligadas, habíamos sufrido juntos. Pero ya no, ahora uno sufría a causa del otro.
Ya nadie recordaba el motivo de ese enfrentamiento, tampoco nadie quería hacerlo. La guerra, ese temible gigante, llega a dominar nuestros sentimientos y a hacernos creer que lo único que puede dar fin a nuestros sufrimientos es ganar o perder, nada mas. Hoy se que no es así. Debo confesarles que no estoy muy seguro de si en ese momento así lo creía, después de todo no era yo mas que un eslabón de la gran máquina de odio con la que se vale el mismo diablo para alejarnos de la simpleza del amor, el amor de Dios.
Una tarde libre de entrenamiento, tal vez una de las pocas que recuerdo nos daban, escuché a un compañero decir que la guerra era el motor de la historia del hombre. Tal vez lo creí, lo cierto es que la guerra es generada por odio, egoísmo, rencor y otros sentimientos que nos encogen el corazón, cierto es que provoca evolución, la pregunta es ¿puede ser buena esa evolución? esa pregunta me la hago desde aquel día, pero el error esta en la misma construcción de la pregunta. Nunca pude saber ¿qué es lo bueno? y ¿para quién es bueno?. El determinismo que impulsaba la afirmación de ese compañero era, realmente, asombroso. Nunca pude olvidar la expresión en su cara al hablar, parecía convencido, seguro, firme. Los ojos pequeños, el semblante plácido, y sus dientes apretando sus labios en señal de seguridad.
La tarde se presentaba apacible, una leve brisa corría por las llanuras de La Pampa, donde se encontraba el campo. Esa tarde sabríamos de las últimas novedades del frente. La guerra no acabaría pronto, así lo afirmaban nuestros superiores, nuestro entrenamiento recrudecería a fin de que estuviéramos listos cuanto antes. Los de nuestra clase escaseaban en dicho frente y nuestra posición era vital para el avance de la tropa, como también para el asesinato selectivo, si, eso éramos; asesinos.
El curso de francotirador era el mas complicado, el mas duro, y el mas deseado por los aspirantes a ingresar al Ejército Argentino.
La táctica ejercida por nuestro Ejército nos ponía en una posición fundamental, las bajas de los comandantes era un elemento que generaba fallas en la conducción de los que me inculcaron llamar “enemigos”.
Durante las semanas que siguieron a esa tarde nos encontraron realizando el entrenamiento de campo, este no era mas que disparar y disparar contra blancos móviles, blancos distantes, objetivos elevados, objetivos estáticos. Uno de esos días descubrí que mis cualidades de tirador eran, realmente, formidables. Hasta llegué a olvidarme lo que el primer día se me había advertido; el rostro. Utilizábamos un fusil de asalto liviano, cuyo alcance certero era de mil metros, no obstante estábamos autorizados a realizar disparos a objetivos aún mas distantes. El problema se encontraba justamente ahí, siempre los llamábamos objetivos, no eran personas, simplemente eran blancos, órdenes, instrucciones, trabajos. Confieso que el entrenamiento se me había hecho carne, era un soldado ejemplar, también para mi eran objetivos, ya no eran personas.
Una vez cumplimentado el entrenamiento éramos investidos con el título de T alfa, nunca nos explicaron el significado de ese título, solo conocíamos nuestra función, un T alfa logra liberar el frente de soldados de comunicación, reparadores de líneas de abastecimiento, T alfas enemigos. Cualquier enemigo con una estrella en su uniforme era blanco, objetivo o como quiera llamarlo, simplemente debíamos hacer nuestro trabajo, es decir, anularlo. Por lo general la forma mas efectiva de anular un elemento era la muerte de este, el único modo que nos habían enseñado, para eso estábamos entrenados. Una munición, un muerto.
- Comunicado de la comandancia a cargo de la Provincia de La Pampa: se requiere de los primeros diez promedios del curso de T alfa del 4° Regimiento de Santa Rosa. Los mismos deben ser enviados al 5° Cuerpo de Avanzada de la Provincia de Mendoza el día 15 de Octubre-

El día llegó.

Mi promedio durante el curso era el 6°, debía concurrir al frente. Junto a nueve compañeros partimos junto a la Compañía 1° de Infantería de La Pampa, destino; Mendoza, el frente, la muerte. La que sufrirían muchos de nuestros soldados y la que provocaríamos nosotros, incluso la nuestra. El que aprende a matar aprende a morir de a poco.
San Martín de Los Andes era un lugar que ansiaba conocer desde hacía tiempo, pero no de ese modo, el frente se había trasladado hacia esa zona. Era terrible ver la devastación que el odio del hombre había hecho a nuestro pueblo, la zona estaba destruida, ellos mataban nuestra gente, nosotros bombardeábamos a sus poblados, y la solución al conflicto parecía ya un anhelo casi poético, una utopía infantil.
Fue cuando la tristeza comenzó a ganarme el corazón, ya no eran solo informes ahora lo veía. Me enfrentaba a la muerte cara a cara. Lo único que me alejaría de ella era provocar mas muerte, matar, e ir muriendo de a poco.
Al segundo día de llegar se encomendó a la Compañía 1° de Infantería el avance hacia la zona 9°, el combate allí había recrudecido y la posición enemiga se afirmaba causando terribles bajas a nuestras líneas, casi diezmadas.
Nuestra misión era de rescate, debíamos liberar un corredor para que la Compañía 8° de Infantería de Buenos Aires pudiera replegarse hacia el Oeste, el objetivo era difícil, se dudaba de nuestro éxito. Supongo que nuestra comandancia contaba con la total aniquilación tanto de la Compañía 8° como de la nuestra, el motivo del envío de una misión de rescate casi suicida aún hoy me resulta desconocido.

“Las órdenes se cumplen, no se discuten” –seguramente alguien lo haya dicho aquel día-

Al acercarnos podíamos sentir el fragor de la batalla, las crudas detonaciones nos eran, para algunos, desconocidas hasta ese día. Distantes tan solo de unos cuántos kilómetros acampamos, al día siguiente entablaríamos combate, eso nos aterraba.
El sol comenzaba a salir cuando emprendimos la marcha, era una zona que había sido poblada, casas destruidas por doquier dominaban el paisaje. Era, justamente, la cualidad del campo de batalla que hacía fundamental mi tarea. La distancia con el enemigo era mínima; 300 metros, casi podíamos sentir su respiración. Me ubiqué según mi entrenamiento, podía ubicar el en centro de la mira a muchos soldados enemigos, ninguna estrella, ningún reparador.
El resto del día fue así, preparado, apuntando, ninguna estrella, ningún reparador. Recuerdo haberme preguntado si esos hombres que se encontraban bajo la punta terrible de mi fusil a algunos cientos de metros sabrían lo cerca que estaban de la muerte, solo hacía falta un pequeño movimiento del dedo índice de la mano de un simple hombre y su luz se apagaría para siempre.
Amaneció, creí por un momento que nunca amanecería, eran las 7 de la mañana. Mi estomago tan vacío como el corazón de los hombres que éramos parte de esa guerra.

La primer estrella

Recuerdo que apareció en la mira a las 7 y cuarto, miré el reloj que me había provisto el Ejército. Lo que me pasó fue terrible, el rostro, el rostro, el rostro,
Podía ver su cara muy clara, era un hombre alto, tenía bigote, los pómulos le sobresalían, tenía la mirada triste. Tal vez la destrucción que lo rodeaba, que el había producido, lo entristecía, la destrucción que yo había producido.
No sabía que cerca se encontraba su propia muerte, tomar su vida era mi trabajo, mi tarea, para lo que había sido entrenado. Su cara era demasiado clara, veía, sin mucho esfuerzo que esa mañana aún no se había afeitado, podía ver hasta el mas mínimo detalle en la mueca de su boca, estaba triste. Se sentó, siempre su cara, su frente, se encontraba bajo el punzón soberbio de mi rifle. Estaría pensando en sus órdenes, seguramente aniquilar a la 8° de Infantería, tal vez eso lo perturbaba, desconociendo la llegada de la 1° de La Pampa, pensaría que lo que se le había encomendado era casi como dispararle a un ciervo empantanado, tarea muy poco noble, en realidad matar es triste, aún cuando el rival resiste. Planearía el avance de su formidable Pelotón hacía la posición argentina, la masacre. ¿O pensaría lo mismo que yo?

¿Qué nos diferencia?

¿Por qué somos diferentes? me pregunté, ¿que hace a ese oficial distinto?, ¿por qué debo matarlo? triste esperé una respuesta, la cual no llegó. Seguramente tiene hijos, pensé, y los debe amar, ellos deben estar esperando que su padre regrese, pero es mi obligación que eso no ocurra, debo matarlo. Las órdenes se cumplen, no se discuten.
Pensé, en ese momento, que yo también desearía tener hijos algún día, debe ser hermoso ver crecer a un pedacito de vos, ver como poco a poco se hacen hombres o mujeres, amarlos. La amargura era el sentimiento constante durante el transcurso de la guerra, pero esa mañana fue devastadora, mi alma no estaba preparada para tanta tristeza, no podía soportarlo mas, debía hacer mi trabajo.

Las órdenes se cumplen...

El hombre se levantó, su actitud había cambiado, se encontraba decidido. Parece que durante su reflexión había encontrado el convencimiento que necesitaba, esa que trataba de encontrar yo mientras le apuntaba con mi fusil. Creí que la actitud de seguridad de mi objetivo me impulsaría a hacer mi trabajo sin remordimientos, pero me equivoqué. Simplemente era lo mas difícil que me había tocado hacer en la vida. Solo era jalar de un gatillo, pero escondía un mundo nuevo detrás de eso, la oscuridad.
De pronto la decisión, debía hacerlo. El hombre de repente comenzó a mover la cabeza como si supiera lo que ocurriría, me pareció que me miró, o eso creí.
Lo hice, disparé, le volé la cabeza. Pensé que lo había matado. En realidad lo maté, solo que mi munición fue mucho mas certera de lo que hubiera podido imaginar, no solo lo mató a el.
Juntó a el caí abatido yo, había aprendido a matar, había muerto aunque aún mi nombre no engrosaba los informes de caídos del Ejército Argentino. Mi corazón latía, pero ya sin vida. Había matado, había aprendido a hacerlo y mi tarea era seguir haciéndolo, para eso había sido entrenado.

Rubén Rótolo
Diciembre de 2003

1 comentario:

Ale Samsa dijo...

pff!! que paseo mental!!

no se si tenerle piedad o detestarlo..

creo que me termino inclinando por lo segundo... sí era su elección.. El personaje se escuda en su "deber hacerlo", en "para eso fuí entrenado"... pero sí fue suya la elección... Creí que con tanto planteamiento que se hizo antes de disparar habría cambiado de decisión... pero no...

"murió" también... Que se joda!!
jajaja

Muy buen cuento!! Me gustaron las descripciones de los lugares y situaciones, el cómo y los cuándo de las preguntas... la verdad, me gustó mucho, mucho.
además, si es el 1er cuento.. QUIERO SEGUIR LEYENDOOO!!!!

te mando besooo!!! (termino de acomodar ideas y leo el otro!! -este... me dejaste pensando! ja)